jueves, 1 de octubre de 2009

didáctica en el gueto


Siempre se cuestiona la contribución de la arquitectura al desarrollo del país, más allá de ejecutar encargos. Aunque se haga mucha retórica del tema, el poder de los arquitectos está en que sus obras logren calar en la gente y en el lugar, pero manteniendo un espíritu crítico de lo que se necesita realmente. La arquitectura al ser modeladora de contextos y agente de transformación de la realidad puede mejorar la vida citadina por lo que tiene una gran responsabilidad social.



La inserción de edificios y espacios puede sanar patologías, rectificar anomalías, regenerar tejidos sociales y educar con la belleza del paisaje donde no la hay. Viviendas sociales como si fueran palacios, espacios facilitadores para minorías discapacitadas, espacios lúdicos creativos, plazas y paseos sociópetos, barrios integradores de diversidad, cinturones verdes-recreativos o espacios sanadores, entre otros, apuntan a que el espacio habitable modele un hombre de bien.
Por eso, es un desafío ético crear espacios pedagógicos que enseñen a vivir en áreas deterioradas, donde se anida lo más vulnerable. El invertir en espacios adecuados para producir buenos ciudadanos y no producir vagos, drogos, ociosos y violentos en forma industrial, en definitiva, pasa por ver lo habitable como agente de sanación y que evita que se enferme el organismo ciudad.
Para educar fuera del aula convencional hoy es posible preveer “jornadas continuas” que se dirigan a toda la comunidad civil surgiendo la operación de insertar un cuerpo extraño que irradie nuevas perspectivas en realidades barriales donde justamente no se dan. Así las escuelas se abren a la vecindad, los centros culturales y bibliotecas funcionan 24 horas, y lo culto se hace accesible al ser mas marginado, en un acto de fe. Esta concurre presencialmente hacia el que no tiene nada, no espera nada y siente que perdió toda oportunidad. Por eso llevar pedagogía a través de espacios con un agregado temático basado en “contenidos cultos” al corazón de la marginalidad apuntan a desenfocar el sofocamiento intelectual que genera el gueto. Sin duda, la desesperanza es mas bien una sensación que un hecho en si mismo.
Lo importante pasa por agregar temáticas educativas a los espacios socializantes usados habitualmente que potencien el conocimiento y la creatividad. El estimular hábitos de curiosidad lectora, investigación reflexiva o apreciación estética permiten desarrollar talentos desconocidos. Ejemplos existen en Colombia donde se ha estructurado un plan para insertar ambientes pedagógicos dentro de barriadas que son territorios del narcotráfico. Algo parecido al MIM en Santiago que se replica en Coronel o al “Quiero mi Barrio” del MINVU para recuperar barrios y espacios públicos que recobren identidad y refuercen la vida vecinal. Sin embargo, la reconstitución del tejido dañado no es fácil y muchos lo ven imposible.
No es un contrasentido localizar un centro cultural en el corazón de un barrio que vive del delito o del narcotráfico, tanto cono iluminar una plaza que ha sido un oscuro antro. El círculo vicioso del gueto se puede romper cuando lo infiltramos con cultura e ilustrismo. Ahí parece estar la clave para desconectar ciertas cadenas patológicas. Lugares para aprender a disfrutar de un buen libro, escuchar música clásica, ver buen cine, desplegar creatividad con la danza, la actuación, la gráfica o la computación, parece otorgar mas seguridad que un reten policíaco.

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