lunes, 20 de julio de 2009

Mirada sobre nuestro patrimonio.

En relación al artículo de prensa publicado en el Diario Concepción recientemente, en referencia a la opinión de dos arquitectos jóvenes de vanguardia acerca de la recuperación del Teatro Enrique Molina, me surge decir lo siguiente;

La vida del ser humano es, entre otras grandes cosas, porque tiene memoria.
Sin la memoria, el ser humano sería un exponente más del reino animal, sin capacidad de distinguir un objeto de otro ni de nombrar ninguno, sin capacidad de lenguajear, al decir de Humberto Maturana.

Es la memoria la que nos permite distinguir a nuestra madre y nuestros hermanos y nombrarlos como tales.
Es la memoria la que posibilita la configuración de la realidad en nuestro mundo interior; reconstruir cada mañana en nuestra mente, el cosmos que experimentamos el día anterior, las enseñanzas recibidas desde niño, las caricias maternales, los olores de la cocina en invierno, el aroma de las flores en primavera, que nos remontan a episodios de ternura o de dolor.


Es la memoria la que nos permite ir configurando un sentido a nuestra vida trashumante, la que nos permite ir corrigiendo los errores, ir construyendo sobre lo ya andado.

Y esa memoria se va plasmando en objetos, naturales o fabricados por el ser humano, que cobran una realidad propia para cada persona, un significado único que le aporta sentido a cada momento de nuestra existencia.

Y así es en nuestras ciudades, donde cada calle, el farol de la esquina, el almacén que aún persiste, el pavimento de mi vereda, están cargados de recuerdos, de sensaciones y de emociones, que cobran actualidad cada vez que los veo, que percibo sus aromas y sus texturas, que soy bombardeado de sus luces y sombras.

Y es así que ciertas construcciones concentran la memoria, no sólo de uno o unos pocos seres humanos, si no que de muchos, y pasan a constituirse en patrimonio de esos muchos y de quienes le sucederán, porque les evoca recuerdos, añoranzas, y algo mucho más fuerte aún, les aporta Sentido.

Sentido porque ese lugar, donde se erige desde antaño una edificación hermosa, o que en su tiempo ocurrieron acontecimientos muy relevantes para nosotros, o porque su estética tiene un valor por sobre el promedio de su entorno, o porque simplemente estuve ahí en un momento importante de mi vida, marca un hito, un momento que tensionado con el momento actual, configura un Sentido a mi vida o a la vida de una comunidad.

Y así, la ciudad está sembrada de lugares significativos, como flores escasas en medio de un amplio valle de pastizales, como una llanura homogénea y plana salpicada de árboles grandiosos que le aportan sombra y significado; iglesias, teatros, edificios públicos, centros financieros, plazas, en fin, lugares que se destacan de la homogeneidad de las múltiples construcciones que albergan el habitar cotidiano y anónimo.

Y entre ellos, los Monumentos, construcciones significativas que han adquirido valor por una razón u otra, por su hermosura, por su historia, por la huella dejada en nuestro habitar colectivo, un sentido que los hace fundamentales, imprescindibles para que ese habitar cotidiano se siga sucediendo, conectado con el pasado de la especie, con la riqueza del presente que lo proyecta hacia el futuro, para que el ser humano, siga siendo cada día mas humano.

Y ese rol cumple, esa vocación tiene, el derruido Teatro Enrique Molina, emplazado dormido frente al parque, evocando quizá cuantas veladas musicales, cuantos encuentros señoriales, cuántas lágrimas de emoción, de un pueblo, de una ciudad que de tarde en tarde se encontraba bajo sus aleros a admirar y disfrutar del arte de la música.

Y resulta que dos arquitectos jóvenes, de vanguardia, de futuro, plantean que recuperar esta construcción, es una soberana “estupidez”, considerando la alta rentabilidad de ese suelo.

¡Qué insulto más grotesco a lo Humano!
¡Qué falta de delicadeza con lo más hermoso y delicado de nuestra especie!
¡Qué peligrosa puede tornarse la modernidad cuando no hay conciencia de lo humano!
¡Y qué decepcionante me resulta saber que viene de arquitectos!

Creo que esta declaración tiene mucho que ver con algo que a primera y segunda vista parece tener poco que ver con la Arquitectura, y que tiene que ver con el Amor.
La falta de Amor nos aleja de nuestra condición humana, nos hace máquinas del producir, del rentabilizar, del arrasar, del destruir los espacios del encuentro con nuestras raíces, con nuestro Sentido más profundo.

Si hay alguien en nuestra sociedad moderna que podría contribuir a la construcción de una mirada más humana, son los Arquitectos, seres que han adquirido la capacidad de mirar integradamente el mundo, desde la historia, desde la filosofía, desde el arte y desde las distintas dimensiones de lo humano, con la suprema capacidad de concebir y materializar la segunda vestimenta de nuestro habitar, de cobijar nuestros más cotidianos y sublimes actos de nuestro pasar por este mundo.

Por todo esto, me siento feliz de no compartir la mirada de estos jóvenes arquitectos.

Aldo Ramaciotti Fracchia
Arquitecto

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